DE CACERÍA A LAS VEGAS

 

Tomé de la mesa los reclamos de mi jefe, a los que había unido las jaulas de don Felipe, y llevando una sarta de ellas en cada mano, salimos a la puerta de la calle, donde a la sazón se hallaban, de punta en blanco, los excursionistas todos. Ya habían partido los criados con las caballerías para bajar la cuesta hasta las afueras del pueblo, hasta el barrio gitano de La Venta, en donde cada cual, ellas y ellos, montarían en sus respectivas cabalgaduras, puesto que Las Vegas distan del pueblo una hora de jornada. 

…A nuestro paso por la Puerta del Moro, calle principal del pueblo, que fina en La Venta de los Gitanos, caras curiosas de mujeres se asomaban a las puertas. Algunos jornaleros que pasaban adelantándonos, al hombro el azadón y la chaqueta, camino del trabajo, saludaban respetuosos a don Felipe y “la compaña”. En una esquina de la calle, “la Fandila”, arremangados los brazos maduros de Ceres, labraba la masa de los tejeringos, que iba friendo en series, con la cara arrebolada por la fuerte lumbre. En la puerta del cafetín de Tolo, varios chalanes, ante un velador, paladeaban sus cañas de aguardiente… Y ante el Parador del Sol coceaban, espantándose las moscardas, las jacas de Ramón, el pañero de Priego. 

Ya en La venta, comenzó a lucir el sol mañanero y a sonrosar la torre del campanario y los altos tejados de la iglesia. 

Las mujeres montaron en las jamugas de sus cabalgaduras, los hombres en sus caballos con sillas vaqueras, y yo, con los espoliques, eché a andar, llevando cuidadosamente las jaulas con los preciosos reclamos confiados a mi custodia. 

Enseguida quedó atrás el pueblo con sus casitas enjalbegadas, bajo el cielo azul cobalto, que aún hacía parecer más intenso, la albura de la cal impoluta de fachadas y azoteas, y comenzábamos a oír lejano el tintineo de los yunques en las fraguas y el martilleo de las herrerías. 

Mientras bajábamos el camino de la Fuente para tomar el Arroyo de Priego, don Felipe iba explicando a don Rafael el médico: 

̶ Esas hazas que quedan a la derecha y a la izquierda del camino hasta lo alto del cerro del “Hachuelo”, donde por cierto hay un agua que dicen es medicinal, todo eso es mío y de usted, don Rafael. Todo esto es tierra calma, como decimos por aquí. 

̶ ¡Magnífica extensión, don Felipe! Esto ya vendría a manos de usted desde sus mayores. 

̶ Ni mucho menos. Lo he ido comprando yo en estos últimos años. Todo era de don Rafael Bermejo, justamente el padre de ese mocito que viene ahí con las jaulas. ¡Cosas de la vida! 

LA NIÑA DEL ALCALDE (Miguel de Castro)

 

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Miguel de Castro Gutiérrez fue un periodista y escritor nacido en Iznájar (Córdoba) el 4 de mayo de 1889, y murió en Madrid el 26 de marzo de 1977.

A los dieciséis años publicó sus primeros versos y colaboró en “El Diario de Córdoba”.

A los dieciocho años ingresó en la carrera administrativa, siendo destinado a Guadalajara donde fue un asiduo colaborador de La Región: periódico bisemanal. Destinado a Madrid en 1911, comenzó su colaboración en los principales diarios y revistas de esta capital, siendo el número uno de la Asociación de la Prensa de Madrid. También fue un notable colaborador de Las Provincias: diario de Valencia.

Durante largos años, concurrió a certámenes literarios de poesía, donde le acompañó el éxito. Su labor de novelista es menos extensa, pero también notable.

OBRAS DESTACADAS:

Poesía:

Trovas del juglar (1910)

Cancionero de Galatea (1913)

La Alondra del barbecho (1915)

Los mejores poetas contemporáneos (1914)

Teatro:

Las mocedades del Cid: Tragicomedia en cuatro actos (1923)

Novela:

Morena y granadina (1920)

La niña del alcalde (1930)

PUBLICACIONES LOCALES:

Poesía selecta (1999).- Artes Gráficas El Castillo