LA DETENCIÓN

 

̶ ¿Va asté a salí? 

̶ Sí. E[s] la hora de visitá a un enfermo que tengo en «Er Sifón». 

̶ ¿En «Er Sifón»? ¿Quién tié asté malo ayí? 

̶ Ar pobre André er caminero. Muy grave… Siete hijos. Una pena. 

̶ Le acompañaré jasta en cá Tolo… Ayí e[s] aonde ahora jugamos ar tresillo… Po er casino no paesco. 

Don Alfonso comenzó a andar carretera adelante. Corría a través de los campos un airecillo manso y fresco. En un bancal de lechugas cantaban los grillos, y el hortelano, en mangas de camisa, repasaba el hortal. 

Por el camino de la «Asonsaiya», con su escopeta al hombro, asomó «Bisicleta», el agente ejecutivo. Iba diligente, como si respondiera al mote… Los campesinos le hacían la cruz igual que al diablo. Algunos hasta le negaban el corazón. Y si lo tenía, por fuerza que era de hierro. Para salir de sus dudas un día en «Los Ventorros», le salieron al paso armados de navajas malagueñas. Gracias a la guardia civil no ejecutaron su obra. 

Al abocar en las eras, don Alfonso sintió una honda amargura por la gañanía. Allí, bajo los ardores de un sol calcinante, estaban los esclavos del surco y los parias de la hoz. Todos enfermos, hambrientos, envejecidos antes de tiempo a fuerza de trabajar con las bestias para hacer fecundo el campo de otro. De sol a sol laboraban por un jornal irrisorio, insuficiente para dar pan a la prole, debatiéndose entre las deudas del vendedor de comestibles, que se las daba «al fiao» y a doble precio, y las exigencias torturantes del amo, siempre amenazándoles con no darles trabajo. 

Y el médico, que tenía en su sangre los gérmenes del apóstol, caminaba soñando como visionario sublime de ideales rebeldes… 

…Cuando iba a trasponer la «Cruz de Hierro», dos guardias municipales le salieron al paso. 

̶ Atrá, don Arfonso ̶ habló uno de ellos. 

̶ ¿Por qué? ̶ interrogó el médico, sorprendido. 

̶ Poque lo manda er arcarde. 

̶ Voy a cumplí mi debé. A visitá un enfermo. 

̶ Éjelo pa otro día. Hoy no quiere la autoridá. 

̶ ¿Quién e[s] esa autoridá que ordena abandoná a los hombres cuando se están muriendo? Poneros vosotros en su lugá. 

̶ Yeva asté razón. Pero de esta orden [d]epende er pan de la familia. 

̶ Y de esta visita depende la vida de un hombre que tiene siete hijos. 

̶ Acá, no poemos má que avisáselo. 

̶ ¿Y si yo paso? 

̶ No pase asté ̶ contestaron los dos a un tiempo ̶ , poque le pegamos un tiro. 

Desde el mirador del paseo, con unos prismáticos, don Pepe Luis, Manolito Sierra y don Antonio el juez presenciaban la escena entre grandes carcajadas. 

 

EL AMO (Luis de Castro)

 

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Luis de Castro Gutiérrez nació el 27 de abril de 1888 en la localidad cordobesa de Iznájar. Disfrutó de gran prestigio literario en el Madrid de principios del siglo XX, perteneciendo a la “juventud intelectual” que deambulada por la capital de España, colaborando en la prensa periódica de la época en medios como el diario El Correo Español —de cuya redacción formó parte—, La Nación, La Esfera, ABC, Blanco y Negro, La Tribuna, y otros diarios madrileños.

Fallecido en Madrid el 13 de diciembre de 1973, sería enterrado en el cementerio de la Almudena.

OBRAS DESTACADAS:

Rosa Mística: novela (1914)

Modistas y estudiantes (1914)

La voluntariosa: novela original (1915)

Los diputados en broma (semblanza en verso) (1915)

Los colaboradores del Káiser (1916)

El amo: novela de la vida andaluza (1922)

El juglar de Castilla (zarzuela)

PUBLICACIONES LOCALES:

El amo: novela de la vida andaluza (1999).- Introducción, edición y notas de Manuel Galeote y Antonio Cruz Casado.- Ayuntamiento de Iznájar y Diputación de Córdoba.