LA FERIA I
Engalanado había amanecido el pueblo como un novio. Bajo el palio azul del cielo repicaban las campanas y volaban las palomas.
… A lo largo de la calle Real se levantaban las casetas de los feriantes. Bajo los amplios toldos de lona que se extendían de edificio a edificio, paseaba la muchedumbre, ávida de juerga y jaleo. Una vez al año aparecía en las calles genileñas, dejando los campos solos. Tomaba por asalto los caballitos de «El tío vivo». Entraba y salía de las tiendas, llenaba los templos, cargábase en los puestos de dulces, turrones y chucherías. Era la fiebre, el desbordamiento expansivo de los que durante once meses del año habían vivido una vida metódica de trabajo y abstinencia en las «caserías» y en los cortijos, cerca de la lucha por el pan cotidiano, lejos de los placeres de la población. Acostándose temprano y levantándose temprano, sin recibir otra visita que la del recaudador de contribuciones o la del agente ejecutivo.
Pueblerinos y cortijeros fraternizaban a las puertas de los cafés riendo, vociferando, con las copas del dorado néctar lucentino en alto, como trofeos luminosos de la bacanal y la borrachera…
Es verdad que aquel día era el más caluroso del año. Un día de septiembre con soles de agosto. De la tierra subía un vaho calenturiento que enardecía los cuerpos para enervarlos y adormecerlos, con la visión de la fatiga.
Allá en la «Jasa de la Calzada», propiedad de Ramón Ortiz, en la era de Sergio, en las tierras de «Er Chirino», se extendía el ferial del ganado, por el que paseaban en sus yeguas enjaezadas los gitanos ricos.
Los buhoneros, con las arquillas de quincalla pendientes de una correa sobre el hombro, buscaban parroquia entre las labradoras que se acogían a la sombra de las acacias del paseo. Un vendedor de agua gritaba bajo la calina:
̶ ¡Agua fresca, de la juente er Berrooo! ¡A quién le pongo la barriga como un bombooo!…
Las gitanas merodeaban en torno de los novios, insistiendo con su pesadez de raza:
̶ ¿Te la digo, resalá?… Anda, cachito groria, que vas a tené tres hijos obispos… ¡Malos mengues me trajelen, si lo que te digo no e[s] verdad.
Un feriante de quincalla, viejo y con los ojillos bordeados de encarnado, alentaba a la parroquia:
̶ Hoy e[s] er día, tía María…¡Baratoo!
Junto a la casa de las Gutiérrez, el propietario, empresario y pregonero de un circo exótico, invitaba al público para que presenciase sus sorprendentes exhibiciones:
̶ Alantee, señorees. ¡La máquina cantadoraaa!… ¿El puercoespín vivooo! ¡La pier der lobo marino muerto en Ruteee! Hay que verlo, señoress…
EL AMO (Luis de Castro)
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Luis de Castro Gutiérrez nació el 27 de abril de 1888 en la localidad cordobesa de Iznájar. Disfrutó de gran prestigio literario en el Madrid de principios del siglo XX, perteneciendo a la “juventud intelectual” que deambulada por la capital de España, colaborando en la prensa periódica de la época en medios como el diario El Correo Español —de cuya redacción formó parte—, La Nación, La Esfera, ABC, Blanco y Negro, La Tribuna, y otros diarios madrileños.
Fallecido en Madrid el 13 de diciembre de 1973, sería enterrado en el cementerio de la Almudena.
OBRAS DESTACADAS:
Rosa Mística: novela (1914)
Modistas y estudiantes (1914)
La voluntariosa: novela original (1915)
Los diputados en broma (semblanza en verso) (1915)
Los colaboradores del Káiser (1916)
El amo: novela de la vida andaluza (1922)
El juglar de Castilla (zarzuela)
PUBLICACIONES LOCALES:
El amo: novela de la vida andaluza (1999).- Introducción, edición y notas de Manuel Galeote y Antonio Cruz Casado.- Ayuntamiento de Iznájar y Diputación de Córdoba.